Mi hija tiene 8 años. Desde que nació me hice, casi sin darme cuenta, un detalle mental de cómo debería ser su educación, mi vínculo con ella, cómo estimularla.
Leí todo lo que había que leer.Sabía qué errores no cometer y aunque no lo admitía ni a mi misma, me consideraba la única capaz de satisfacer todas y cada una e sus necesidades.
Al nacer mi segundo hijo, toda esta seguridad, mi vínculo claro y transparente con quien hasta hacía minutos había sido la única reina de mi vida, desapareció. Metida en un puerperio feroz no lograba reencontrar la conexión con mi nena, la sentía ajena, adulta. Ya nada era claro. Las pautas que con tanta certeza guiaron los primeros pasos de mi hija no me servían para nada en ese momento en que tenía que dividirme ( multiplicarme?) para maternar a un recién nacido y a una niña de cuatro años y medio.
En un entorno en el que la imagen imperante de la madre es una de control, sabiduría, paciencia y amor, me sentía culpable y frustrada. No me parecía en nada a aquellas puerperas rozagantes y luminosas. Me preguntaba cómo haría Maru Botanna con veintemil niños, siempre tan hermosa y exitosa,si yo no me las arreglaba para hacer un buen trabajo y tenía solo dos hijos.
Compré toda esa propaganda y me sentí la peor de las peores.
En algún momento la maternidad se me apareció como incompatible con la felicidad.
Pero, por suerte siempre hay un pero, el tiempo fue pasando, mi desequilibrio (mental y hormonal) se fue equilibrando y muuy lentamente pudimos fabricar una nueva normalidad para mi familia.
Me costó muchísimo rearmar el vínculo con mi hija desde esta nueva perspectiva, la de ser mamá de dos. Cuando no sentía que le faltaba a ella, sentía que le faltaba a él. Por supuesto que yo tengo una estructura culpógena. Entiendo que muchas de las madres que habitan la tierra no se cuestionarán ni un octavo de lo que yo lo hago.
Así y todo noto que este camino difícil, en el que avanzamos mucho los tres (y que seguimos recorriendo, encontrándonos con piedras de vez en vez) era, es, inevitable.
Así y todo noto que este camino difícil, en el que avanzamos mucho los tres (y que seguimos recorriendo, encontrándonos con piedras de vez en vez) era, es, inevitable.
Esa madre que me vendía la tele, que yo imaginaba mirando a otras mujeres, esa maternidad relajada y sin problemas que algunas amigas pregonaban, no era real para mi.
Nunca voy a ser asi ni quisiera serlo. Avanzar, retroceder, dudar, cuestionarme, preguntarme porqué actúo de tal o cual manera con mis hijos, cuidarlos de mis malos momentos, recalcular, pedir disculpas cuando corresponde,dar lugar a su enojo, a su fantasía.
Nunca voy a ser asi ni quisiera serlo. Avanzar, retroceder, dudar, cuestionarme, preguntarme porqué actúo de tal o cual manera con mis hijos, cuidarlos de mis malos momentos, recalcular, pedir disculpas cuando corresponde,dar lugar a su enojo, a su fantasía.
Esa es la madre que intento ser. No me sale siempre, pero sigo tratando.
Yo amo leer. Cuando mi hija era pequeña, le leía cuentos todas las noches. Con la llegada de su hermano, este momento tan especial se volvió más errático.
Recuerdo estar leyendo con mi hijo en la teta para aprovechar asi ese ratito de paz que me permitía dedicarme a ella.
Ayer caí en la cuenta de que hace varias noches que mi hija me pide que le lea o le cuente un cuento en la cama y yo, en mi impaciencia, cansancio, deseo de terminar el día, le digo que no se me ocurre nada, que es hora de dormir. Y reflexioné, recalculé, dudé, me cuestioné y decidí que por más difícil que sea la noche con las demandas de ambos, no quiero, no debo ni puedo dejar que la rutina, las frustraciones o lo que sea se lleven a la madre que quería ser. Es cierto, ya no tengo la ilusión de controlar todo. Muchas veces hago cosas que jamas pensé que haría. Me descubrí una madre fallida y por tanto humana.
Estoy comenzanado a amigarme con esa noción. Y a acceder lentamente ( cuatro años me llevó mi " puerperio extendido") a esta nueva, aunque ya no tanto, reconfiguración familiar desde un lugar mas relajado y feliz.
Estoy comenzanado a amigarme con esa noción. Y a acceder lentamente ( cuatro años me llevó mi " puerperio extendido") a esta nueva, aunque ya no tanto, reconfiguración familiar desde un lugar mas relajado y feliz.
Hoy volvi a inventar historias para mi hija, volví a inventar historias para mi hijo. Los escuché acotar, vi en sus miradas cómo iban formándo las imágenes de mi relato en sus mentes, los vi sonreír. Y me alegré de estar de vuelta ahí,intentando siempre ser la mejor madre que puedo ser...
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